Revue

Espagne : ¿Por qué no filosofar con niños de cuatro años?

¿Suena raro en estos tiempos que niños de cuatro años hagan filosofía igual que hacen música o deporte? ¿Por qué?

Si un niño, según la última edición del diccionario de la Real Academia Española, hace referencia a quien "obra con poca reflexión y advertencia" y si precisamente la filosofía es "el conjunto de saberes que buscan establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano", ¿a qué hemos de esperar para proporcionar estos principios generales a una persona?

Si construimos nuestra visión del mundo a partir de ciertos principios, ¿Por qué dejar que los niños decidan, sin una preparación específica, cuales son estos principios generales? ¿Tenemos que espera a que tengan 16 ó 20 años? Y entonces, ¿les haremos ver lo equivocados que estuvieron al elegir estos principios? Parece algo cruel, maquiavélico incluso, propio de novelas de ciencia ficción en las que las generaciones con experiencia y poder no quisieran ser superadas por las que les siguen.

Pero desafortunadamente es algo que estamos haciendo con nuestros niños. Y cuando son adolescentes les acusamos de no haberse enterado de cómo funciona la sociedad ni de las reglas sociales fundamentales. Y les hablamos de las leyes naturales como algo que el individuo debería saber por el hecho de haber nacido.

No hace mucho tiempo, tuve la suerte de ser invitado a una reunión de la asociación REDES (Renovación de la Educación y Defensa de la Enseñanza, http://www.redeseducacion.net/).

Este día alguien iba a hacer un taller de filosofía. He de confesar que la experiencia me pareció muy buena, increíble, y confieso que sentí como si me estrujaban el cerebro. Después de esta vivencia no pude si no hablar con la persona que la había hecho posible: Gabriel Arnaiz. Me enteré entonces de que hay una corriente dentro de la filosofía partidaria de la Filosofía para Niños. ¡Filosofía práctica y para niños!

Lógicamente si al terminar mi adolescencia, cuando tuve que revisar mis principios generales, me preguntaba "¿por qué no me han enseñado esto desde pequeño?", es normal que me pareciera de gran interés que Gabriel conociera a nuestros niños.

Probablemente la sensación de estar perdido y de revisar nuestros principios sea algo que no se le puede quitar a un adolescente. Pero el que te enseñen a razonar permitiéndote desde el principio saber que criterios, que reglas sociales, han de primar a la hora de establecer tus bases ideológicas, siempre me ha parecido algo fundamental, pues considero que todo ello en conjunto forman los pilares sobre los que se sustentará el razonamiento posterior y la personalidad.

En un principio, pensamos en que la práctica de la filosofía sería adecuada para nuestros niños mayores, que tienen entre doce y quince años. La experiencia, aunque breve, resultó muy enriquecedora. Nos pareció de interés practicar un poco con los padres, pues tenemos mucho que ver con lo que transmitimos a nuestros hijos, y la experiencia con Gabriel volvió a ser muy enriquecedora.

Decidimos profundizar un poco más y nos planteamos: "¿por qué no darles también la oportunidad a otros niños más pequeños, los que tienen entre ocho y doce años? Observamos entonces que ellos estaban incluso más necesitados de este tipo de experiencias que el grupo anterior, y eso nos produjo la siguiente duda: "¿deberíamos haberles enseñado antes a filosofar?". Esto nos hizo probar con los niños más pequeños (entre cuatro y ocho años) y la experiencia fue estupenda.

Y así fuimos comprobando con nuestros hijos cómo aquello que otros nos contaban (Matthew Lipman, Oscar Brenifier) era cierto: que se puede ?y se debe? hacer filosofía con niños. Niños que necesitan ir eligiendo sus principios más generales para formar las bases sobre las que se sustentará su razonamiento posterior.

No he visto ninguna referencia de que la Filosofía para Niños esté indicada especialmente para algún grupo específico de niños, ni creo que esté contraindicada para ninguno de ellos. Es más, estoy convencido de que su práctica beneficia a todos (independientemente de sus capacidades intelectuales), como queda reflejado por lo anteriormente expuesto. En el caso específico de los niños con altas capacidades intelectuales sólo me queda una duda: "¿por qué no pusimos antes en marcha cursos de filosofía?" Probablemente fuese porque no conocíamos a personas como Gabriel Arnaiz, que nos muestran que también se puede filosofar con los niños.

Ahora ya no tenemos disculpas para no hacerlo.

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